La guerra marcó para siempre a la humilde familia de Miller Reyes. En el año 2002 sus hermanos, de ocho y once años de edad, fueron sacudidos por una mina antipersona en Mesetas, Meta. La explosión afectó las piernas de los pequeños, pero milagrosamente sobrevivieron. “Esto pasó cuando iban de la escuela hacia la casa”, recuerda.
Tiempo después el campesino se enteraría que el artefacto que casi apaga los sueños de los niños fue instalado por las Farc. “Uno siente mucho odio porque eran personas inocentes que no tienen nada que ver con la guerra”.
Continuando adelante con su vida, Miller Reyes contrató, en el 2008, en su finca del municipio de Granada (Meta), a una persona que resultó ser un exguerrillero de las Farc, pero que terminó ganándose su confianza por su dedicación al trabajo. La confesión lo dejó sin palabras, no obstante recapacitó y pensó que las personas se merecen una segunda oportunidad.
“Lo que más anhelo es la paz. Que todos los colombianos aprendamos a perdonar”.
El excombatiente, de nombre Cristian Gómez, dice que Miller fue la luz que iluminó su camino cuando más lo necesitaba.
El sueño de Cristian, quien ya tiene dos hijos, es ser algún día concejal de Granada. Por eso pretende estudiar, sin dejar a su amigo Miller, con quien se asoció para cultivar plátano, yuca, maíz y arroz.
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